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FABRICANDO EL IDEAL

La familia Bravo construye skates hace más de treinta años.
 * Txt, fotos y video por Pablo Barrera Calo *
•Nota realizada para la revista Gossip (Argentina)

“Hay economías globales que te hacen creer que está todo flotando por el aire, y no. Las cosas salen de algún lugar, son para algo y las tiene que hacer alguien”, me dice convencida una voz gruesa,  mientras de fondo se escucha música trash.

Maximiliano Bravo pareciera ser un hombre más de los veinte millones que tiene la población argentina. Con su metro setenta y cinco de estatura y su ropa fabril, él es como un fantasma. Un enigma para muchos y un desconocido, para otros. Habla poco, pero trabaja mucho.

Solo, y en una casa de madera hecha galpón, ubicada en Lanús, siempre lo vas a encontrar cortando, pegando, prensando o agujereando alguna tabla de skate. En las paredes, pósters con hombres volando sobre sus patinetas y también mujeres mostrando sus mejores atributos. Mientras sale rock pesado de un viejo equipo de audio, día a día, como un hombre máquina, Maxi va fabricando, con mucho esfuerzo y pasión, objetos que luego usarán muchos chicos como un juego y muchos grandes, profesionales del skateboard en Argentina, como forma de vida y trabajo diario.

“Acá le damos valor a lo que hacemos, cada tabla que fabricamos tiene dedicación, esfuerzo e ideas” me dice Maximiliano y agrega:” “Nunca nos importó ser una gran industria, de acá te llevas una tabla artesanal, realizada con trabajo y dedicación, hecha por un skater para otro skater”.

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El origen.

En el año 1980, plena época de Martínez de Hoz y el furor de lo importado, Maxi se subió a una patineta de juguete, chiquita, de plástico, que decía “Made in Taiwán”.

Seis años después, junto a su único hermano y  mayor que él, Miguel, pudieron conseguir la primer tabla “profesional”. Ésta, durante un tiempo, fue compartida entre ambos. Debajo tenía un dibujo con huesos y calaveras, también varillas en el medio para poder hacer trucos y detrás tenía freno. “La plata que teníamos, porque ya en esa época éramos estudiantes secundarios, la juntábamos, íbamos a pie hacia la escuela para ahorrarnos esos pesitos del trasporte y así poder armar la tabla más rápido” recuerda, con emoción, Maximiliano. Así, con sacrificio, empezaron a armar su primer skate y ya no pararon más.  En ese momento, decidieron ser skaters, vivir por y para el deporte y su cultura, hacer lo que los hacía felices y no renunciar.

Todo iba bien hasta el año 1990, donde los problemas empezaron. El taller donde compraban sus tablas para andar dejó de fabricar, cerró sus puertas, y junto con toda la industria nacional que producía para este rubro cayó en picada, hacia un futuro incierto.

Ellos tuvieron que tomar una decisión, quizás la que los marcó para el resto de sus vidas. Las opciones ante la crisis que podía destruir sus sueños eran dos: oxidarse o resistir. Había que tomar las riendas, y ahí, surgió la idea, la lucha que se transformó en un ideal, el “hazlo tú mismo”.

“Creo que esto viene en cada uno, yo siempre traté de conservar ese espíritu de hacerlo uno mismo, de investigar, de esa inquietud que te plantea: ¿a ver esto?, ¿cómo es?, ¿cómo se puede hacer? Si vos lo vas a usar, vos lo vas a aprovechar y te va a servir para lo que vos haces, hay que tratar de hacerlo uno, ¿no?” comenta Maxi con una tabla de skate en la mano y en la otra una sierra caladora.

Aprendiendo el oficio, encontrando el nombre.

De esa idea, de la lucha, de la resistencia, surgió el proyecto familiar más hermoso: Slayer Skateboards.

Los hermanos Bravo comenzaron a fabricar sus primeras tablas, para uso propio y de los amigos. También hicieron remeras con sus propios logos y dibujos. Siempre de una manera artesanal, minorista. Aprendieron el oficio de la serigrafía, carpintería, pintura a soplete y un poco el arte de la moldería textil y del diseño grafico.

“El nombre Slayer surge por el año ’87, hicimos un viaje a Florianópolis, Brasil, y trajimos productos de skate. Entre ellos había una remera negra con dibujos de huesos, cuchillos, calaveras y ésta, la que más nos gustaba, decía Slayer, por la banda de rock”, cuenta Maximiliano. Luego, por los paredones de su barrio empezaron a realizar grafitis que anunciaban “Slayer, Skate”.

Pasado un tiempo, cuando iban a practicar su deporte por distintos lugares de Buenos Aires, ya las hordas de skaters los anunciaban como los “Slayers” y ahí se dieron cuenta de que ese sobrenombre les quedó marcado a fuego, “era nuestro sello, nuestra identidad”, exclama con orgullo el menor de los hermanos Bravo.

Llegó un tiempo donde no solo hacían tablas y prendas para ellos, sino que también por los años ‘90 hasta hicieron un “miniramp” en el Parque Udabe, zona sur de la provincia de Bs As., y era visitada por skaters de todo el país. Maxi recuerda: “Justo en esa época muchas rampas cerraron, se desarmaron, y como no había más lugares donde practicar nuevas maniobras, los deportistas se dedicaron a andar en la calle, pero a los que les gustaba andar en mini, sabían que en Lanús tenían un lugar”. Años después, esa rampa dio vueltas por todo Buenos Aires hasta que se desarmó. Algunas partes duermen en el techo del galpón de los Bravo. 

La historia se repite.

Cuando la rutina marcha bien, algo o alguien, siempre la sacude, la altera. Por eso, en el año dos mil, los hermanos Bravo, pusieron una vez más el pecho a la crisis y  no dejaron caer a todo un deporte y su cultura, sino que también, no dejaron caer su producción.

Miles de skaters, por aquellos años, al cerrarse la importación, en pocos meses se quedaron sin artículos necesarios para entrenar. La industria argentina cayó, como cayó nuevamente el skate. En esa época, muchos tuvieron que fabricar tablas, de manera improvisada, pero nunca pudieron igualar la calidad que tenía el producto final que realizaban los hermanos Bravo, los Slayers. Hombres de obligada consulta permanente si las cosas se quieren hacer bien.

Aunque todavía no hay una gran industria desarrollada en este sector, gracias a Miguel y  Maximiliano Bravo, skaters argentinos, quienes produjeron y producen skates con materia prima de nuestra nación, a un nivel artesanal, más personalizado, la historia hoy se puede contar.

El país, en la actualidad, vive momentos de gloria  con muchos jóvenes talentos y deportista ya consagrados, que nos representan en todo el mundo, en parte gracias a dos humildes personas que no bajaron los brazos, conservando el perfil bajo, impronta de los grandes luchadores.

Hoy, Maximiliano, con más de treinta años arriba de una patineta, fabricando tablas, practicando el deporte, actualizándose constantemente, es, sin lugar a duda, pilar fundamental del skate en Argentina. Un referente en la materia, un deportista que hizo, vivió y sigue haciendo historia.

Un deportista que lucha por un ideal, por un estilo de vida y por un sueño, donde sus únicas armas  son el trabajo, la constancia y una ilusión que hace años se hizo realidad.

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